Llevo días clausurada, absorta en los estudios, la escritura
y la lectura.
Mi padre lleva todo ese tiempo haciendo gala de sus buenas
palabras, su amabilidad y su templanza. No ha habido una sola vez en esta extraña
racha que estoy atravesando en la que se haya dirigido a mí sin que en sus
labios se dibujara una sonrisa.
A pesar de la época que le ha tocado vivir, una crisis que
hará que sus hijos dependan de él hasta que Dios, o peor aún, los políticos así
lo quieran, mi padre, hombre ya de pelo cano y arrugas surcando su rostro, es
el que me aporta fuerzas cada día.
Hoy, aún sin querer poner un pié en el mundo, aún tratándose
de mi lugar favorito, le he pedido que fuese a devolver unos libros a la
biblioteca y que ya de paso me trajera otros para seguir mi aislamiento
voluntario. Así lo ha hecho.
¿Cuántos años han de pasar para poder agradecerle todo lo
que hace? Supongo que ni con la eternidad valdría.
En cambio y demostrando una vez más la sencillez de sus
actos, como mucho me pide una hora a la semana junto a él compartiendo su
música, algunos minutos de reflexión, confesión o recuerdos.
Concedidos quedan papá.
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